Psicología del Aikido
Por: George S.
Ledyard
Traducción: Katalin Nemeth (voluntaria)
Traducción: Katalin Nemeth (voluntaria)
Osensei Ueshiba Morihei, Fundador del Aikido.
Son muchas las
personas que ya conocen el Aikido,
un arte marcial no violento de origen japonés que permite la autodefensa sin
proporcionar daños serios al atacante. No obstante, son pocos los que saben que
el fundador de Aikido, Morihei Ueshiba concibió el Aikido como
un medio de transformación personal y, por consecuencia, una manera de mejorar
el mundo.
Es muy interesante ver
un mecanismo que hace que un arte marcial promueva la Paz. Es común escuchar
decir a la gente que el Aikido es
el Zen en movimiento. Pero sin practicar Aikido es
difícil comprender qué significa en realidad esta afirmación. Usualmente el Aikido se
practica a través de movimientos en pareja, en la que una de las personas es
designada como el atacante (o la persona que inicia la interacción) y la otra
como defensor (o la persona que intenta armonizar con la energía del atacante,
redireccionarla y resolver el conflicto poniendo al atacante en una posición
desde la cual ya no puede seguir atacando). Aún así, lo anterior no se inscribe
dentro de un marco de competencia. Más bien, la práctica de Aikido es
completamente cooperativa. Cada uno de los practicantes intenta actuar a partir
de un compromiso total con su papel, de manera de facilitar la práctica
conjunta.
Pero, ¿qué es lo que
hace que semejante práctica tenga un efecto transformador? Uno de los elementos
es la naturaleza misma de la interacción en el Aikido.
El papel de cada practicante requiere que éste se concentre por completo en
mantenerse "conectado" con el centro de la otra persona. En otras
palabras, después del ataque inicial ambos se proponen a experimentar la
totalidad del movimiento y de la energía de la técnica de no resistir al otro.
Si cada uno pone toda su atención en armonizar con la energía del otro,
entonces ¿quién domina la técnica?
Éste es el aspecto
meditativo de la práctica de Aikido.
Nada puede ser forzado o la interacción se quiebra y se convierte en algo
mecánico. La verdadera no-resistencia requiere 'dejar ir' muchas de las
inseguridades creadas por el propio ego y que son causantes de muchos
conflictos. En la meditación Zen uno no logra la paz mental reprimiendo los
pensamientos externos, sino toma conciencia de éstos sin 'engancharse'. De la
misma manera, en el Aikido uno
no se 'engancha' con la fuerza de un ataque sino, más bien usa movimientos
naturales que permiten soltar esa fuerza y lograr un nuevo balance en el que el
conflicto intrínseco se resuelve. En palabras de un maestro de meditación
"No puedes parar las olas, pero puedes aprender a surfear".
Ueshiba Morihei, Fundador del
Aikido en una demostración.
Aikido en una demostración.
Los movimientos de Aikido reflejan
los movimientos y energías esenciales de la naturaleza. Y es en este punto
donde encontramos otro aspecto de la práctica de Aikido que
propicia la transformación personal. La psicología Jungiana dice que no somos
una sola y unificada persona, sino una serie de personalidades o egos, siendo
algunos de éstos conscientes y otros inconscientes o repudiados. Mejorar la
salud mental implica un proceso de integración de estos aspectos, muchas veces
en conflicto, en 'una sola persona' consciente de los diferentes lados de su
propia naturaleza.
Nuestros egos
repudiados habitualmente conllevan nuestros aspectos socialmente inaceptables o
que no encaja con nuestro yo primario, que es lo que mostramos hacía el mundo
externo. Es por eso que muchas veces se les refiere como nuestro 'lado oscuro'.
En gran medida una terapia consiste en tomar conciencia de este lado nuestro y
reconocer que la energía allá contenida es también parte de nosotros mismos.
Las técnicas de Aikido son
diseñadas para ser ejecutadas sin causar daño en el otro, al margen del hecho
que las energías que uno canaliza son tanto benevolentes - por ejemplo un
chorro de agua o una brisa refrescante - como potencialmente destructivas -
como un maremoto, un huracán o un tornado. Ambas son naturales, pero bien podríamos
decir que representan los lados claro y oscuro de la Naturaleza. Así, en el
contexto de la práctica de Aikido uno
puede expresar su lado oscuro e integrarlo con el lado claro de una manera
segura, pero que no implica reprimir o repudiar la energía del lado oscuro.
Una persona que le
tiene miedo a su propia ira reprimida y relegada a nivel subconsciente, puede
soltar esta energía repudiada por mucho tiempo sin peligro dado que la
naturaleza de la práctica permite hacerlo en una forma segura y en dosis
controlables. Un alumno con infancia caótica e impredecible puede haber
desarrollado una personalidad primaria controladora, intentando lograr cierto
nivel de certeza, y por ende seguridad, en su ambiente. La práctica de Aikido no
sólo contribuirá a que esta persona supere su necesidad de 'control' sino
incluso le enseñará que la verdadera seguridad no está en tratar de controlar
lo incontrolable.
El Aikido se
trata de lograr un balance, tanto psicológico como físico, entre nuestros
diferentes lados. Nos pide darles vuelta a los bloqueos que nos afectan en
todos los ámbitos de nuestras vidas. El fundador del Aikido anhelaba
que suficientes personas descubrieran su arte porque de esta manera las
sociedades y el mundo también serían mejores. Tal como los individuos, cada
sociedad tiene su lado primario y repudiado. Mientras más miembros de la
sociedad tengan mayores niveles de conciencia, inevitablemente comenzarán a
incrementar la conciencia colectiva y permitirá trabajar en ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario